LIBERARSE DE LA IRA
Del libro “En la tristeza pervive el amor” de Elisabeth Lukas .
Las personas que han sufrido una desgracia se niegan a veces a practicar el duelo. No se dejan conducir a través de las puertas de la comprensión que empiezan a dibujarse, sino que se empeñan con todas sus fuerzas en no querer darse cuenta de lo sucedido o buscan airadamente un chivo expiatorio, siendo este último un recurso aparentemente aliviador. Lo que intentan estas personas al enojarse con el causante o los causantes de su desgracia es hacer elocuente el apego que sentían por el valor perdido. Sin embargo, ¿quién puede apreciar correcta y objetivamente el complejo encadenamiento de causas de una desgracia cuando, encima, se halla bajo un peso emocional extremadamente fuerte? Nadie. Lo que se produce son los fenómenos (inconscientes) de la transferencia y la proyección, largamente estudiados por la sicología, lo cual tampoco los legitima, dado que ninguno de los dos puede hacer frente a una comprobación ética.¿Qué es una transferencia? Veámoslo con la ayuda de un ejemplo. Un hombre está afligido porque su empresa lo ha trasladado del departamento externo a las oficinas, donde se encuentra muy a disgusto. El motivo del traslado es la edad, cosa de la que no quiere oír hablar, y arremete contra el jefe de personal, que no ha tenido otra elección que ejecutar el traslado. De esta manera, el hombre transfiere su enfado a una persona que no es responsable de la causa del mismo. Los médicos de hospital sufren hasta la saciedad este tipo de sucesos. Cuando fallece un paciente en el hospital, los médicos se ven no pocas veces en la tesitura de soportar los insultos de los familiares del fallecido por haber obrado con «dejadez». De ahí la lamentable necesidad actual de los seguros para médicos.
Naturalmente, un accidente se puede atribuir a la dejadez, la negligencia, la injusticia, el descuido e, incluso, al carácter hostil de otra persona. Sin embargo, nadie está en disposición de asegurar categóricamente que habría actuado mejor si hubiera estado en la piel del otro. Pensemos en la cantidad de errores que se nos han escapado —sin consecuencias, gracias a Dios— y que podrían haber echado todo por la borda. ¿Estamos realmente en situación de condenar la conducta de quien, desde su debilidad —y con consecuencias catastróficas—, ha cometido un error? ¿No estaremos más bien llamados a esforzarnos por ser misericordiosos, de la misma manera que, bajo otras circunstancias, necesitamos la misericordia?La proyección, por su parte, al igual que la transferencia, dirige la cólera en la dirección equivocada. Según la definición psicológica, la gente a la que no podemos soportar sostiene ante nosotros un espejo de nosotros mismos, es decir, de un atributo que no nos gusta de nosotros y cuya existencia hemos reprimido, lo cual es el colmo de un tratamiento de la frustración falto de ética. Estamos afligidos por un problema propio, queremos confesarlo abiertamente y lo combatimos en la persona que tenemos enfrente. Un ejemplo sería el de una mujer que ha humillado y esclavizado a su marido durante años. Entonces, sucede que el hombre necesita cuidados médicos e ingresa en una residencia. Allí, durante las visitas, la mujer martiriza al personal sanitario quejándose continuamente de que su marido no está recibiendo la suficiente atención. En el fondo, a esta señora le duele su propio mal comportamiento y proyecta la rabia interior en unas personas que no tienen ninguna culpa.Tenemos que ir con cuidado cuando un suceso trágico nos induce a buscar chivos expiatorios. El dolor que experimentamos no disminuye golpeando a diestro y siniestro ni repartiendo más dolor. Tampoco es cierto que nos encontremos mejor sabiendo que otros también están sufriendo o expiando sus culpas. Y la venganza es mucho menos dulce de lo que la gente cree, porque deja de forma irremisible el amargo sabor de verse hundido en la condición de «culpable».La disensión con el destino y la rabia hacia los posibles causantes del dolor sólo se pueden rebajar —tal como nos enseñó Viktor E. Frankl— doblegándonos ante el secreto último que se cierne sobre cada tragedia, porque por, muy esclarecedora que sea la reconstrucción de las causas, siempre queda una parte impenetrable. ¿Por qué ha irrumpido el agua en la galería de una mina? ¿Debido a que ha llovido con fuerza durante semanas, a que la estructura de la galería ha envejecido o a que se han ordenado varias voladuras sucesivas…? No hay ninguna última causa comprensible para la muerte de un solo minero. Siempre podría haber sucedido de otra manera. El minero podría haberse puesto enfermo o irse de vacaciones el día de la inundación, o también podría haber estado en una galería segura en el momento del accidente. La «disposición de una última voluntad» sobre su destino sigue siendo un misterio. Bienaventurado el que puede doblegarse ante él, porque hallará su propia paz.
Una estudiante universitaria estaba llorando en mi consulta. Hacía poco que había sabido que era el «resultado» de una violación. Su madre, con quien había crecido, nunca había mencionado al padre, cuyo nombre tampoco aparecía en su partida de nacimiento. Sin embargo, durante la niñez, aquella estudiante había barajado la idea de conocer a su padre biológico, hasta que, al final, la madre le contó la verdad.La joven se encontraba triste e impresionada. Su amor propio estaba por los suelos y las dudas acerca de su procedencia aumentaron. «¿Quién soy? —preguntaba—. ¿Late en mí un corazón criminal?»«Espiritualmente es usted una persona nueva, única e irrepetible sobre la Tierra», le aseguré, y le cité la ingeniosa frase de Viktor E. Frankl: «Los padres transmiten sus cromosomas a los hijos, pero no les insuflan el espíritu». Aquel argumento le pareció evidente. Tras una larga conversación, escribimos juntas una carta a su padre desconocido, en paradero también desconocido. «Querido papá —empezó a escribir la joven con caligrafía inconstante a causa de la excitación—. Donde quiera que estés, que mi alma llegue a la tuya. Desgraciadamente, lo único que sé de ti es que cometiste un delito repugnante. Por eso quiero hacer valer la posibilidad de que tienes otras caras más dignas de ser amadas, o de que has evolucionado positivamente y ya no has vuelto a ser violento. También cabe la posibilidad de que estés en la cárcel o de que descanses en una tumba.Sólo quiero comunicarte lo siguiente: yo, tu hija, no soy tu juez. Espero por tu bien que te arrepientas de tu acto. Si no lo haces, quizá te ayudará saber que me gusta vivir y que soy feliz. Al igual que en la naturaleza los residuos se convierten en abono para hermosas plantas y los cadáveres en alimento para los insectos, de tu error, y con la ayuda y el sacrificio de mamá, ha surgido de forma maravillosa algo bueno. Esto no justifica tu delito, pero deberá servirte de consuelo para superar tu culpa.»Al consolar en cierta manera a su padre, la estudiante obtuvo para ella misma el consuelo óptimo para superar su crisis.
Publicado por silvia